sábado, 19 de noviembre de 2011

La niña y la ranita

Un congreso de sabios comandados por el monarca se dirigían hacia allá arriba, ya hace mucho tiempo de esto, en un extraño país sin nombre, subían hasta la cima de la montaña, su paso era seguido por la multitud que se agolpaba, a media distancia de alcanzar el pico más alto no les era permitido seguir a los habitantes de los valles fértiles y de las colinas, excepto a “unos pocos elegidos”, sirvientes, cortesanas y lacayos, aldeanas, muleros.., todos morirían, excepto los que tuviesen el buen linaje que llevase los genes de la alta nobleza y clero, los demás, llegada la hora del regreso otoñal serían decapitados, pues nunca nadie de sangre innoble fuésele permitido el seguir con vida después de agraviar con su frágil presencia a los dioses:

“Rugieron como fieras
que saliesen de sus cuevas,
robaron sus almas desgarrándolas,
pisaron sus cabezas
allanando sus fortalezas,
fue horrible pero así fue
y así lo tenemos que transmitir”

 De esta manera argumentaba la docta comitiva a los lugareños una vez que venían de visitar a los eternos y aprender de ellos, para así enseñar la palabra buena, y también para predicar la acción certera del trabajo esclavo, así enseñaban a todas  las almas de las tierras que por allí paraban.

Y estas gentes campesinas, que en un principio no solo respetaban tan docta sapiencia, sino que la veneraban…; en verdad que ellos creían que los dioses existían y que hablarían con ellos esas sabias gentes, mas no por ello muy pronto entendieron que eran la fuerza bruta de esa docta conjura hipócrita absoluta, salivada en la oratoria y la mano cruel del ser codicioso y asqueroso.

Este peregrinar a la cúspide más alta era una rutina que se ejercía todos los años y en la misma época, lxs campesinxs debían aprovisionarla,estaban obligadxs a pagar unos tributos que les dejaban en la miseria y pobreza, y es que ya de por sí eso de la tesorería, es que es eso que suena como el vomitar de una obscena hidalguía rebosante de ingesta.

 Había una niña en la aldea, de prominentes mejillas como de bolas de algodón por su dulzura y agrupamiento, de piernas delicadas y a la vez seguras, como barritas de pan y de manos como buñuelos alegres; ya casi una adolescente era ella, y todas las mañanas frecuentaba el lago para ir con sus amigas anfibias las ranas, y también era colega de los sapos, con aquellos ojos tan grandotes y esa barrigota, le llamaba su atención el aspecto que tenían, pero pronto se daba cuenta de que las primeras eran mucho más ágiles y espabiladas.

Como decía y digo, y así sigo, y si no lo expuse ahora lo comento y lo cuento, el caso es que la niña hablaba sobre todo con una de las ranas, con la que más afecto tenía, pues con su croar alegre siempre la reclamaba, se separaba de las otras y se aproximaba, al principio de todo se quedaba en una roca inundada de algas, pero poco a poco reinó la amistad, y  era ahora cuando por fin saltaba decidida a la falda de la niña, la pequeña silbaba y la ranita saltaba y jugaba, y así pasaban el tiempo las dos amigas.

Los días seguían pasando y faltaba ya poco para el verano, como siempre por la mañana la niña fue al lago, estos días estaba más triste que de costumbre, pues sabía que llegaba el momento en que vendrían los hombres de armaduras que brillaban, montados en caballos negros, hombre a los que odiaba, que venían y desenfundaban la espada; había personas que no recaudaban lo que se les exigía, imploraban clemencia y la salvación divina no llegaba, y eran allí expuestas, sin misericordia, en la tortura de la hoja metálica que se proyecta por la mano del criminal que desgarra la vida.

“OH, ranita mía
que puedo yo hacer
para ayudarles
A mi madre y a mi padre
cuando el negro día venga a ver
a la gente de las colinas y el valle”

 La niña así le decía así a su amiga

“El día que suban a la montaña
tu silba bien fuerte,
yo voy a hablar con las aves
duerme tranquila y tal vez mañana
te pueda ya dar algunas instrucciones”

Lerespondió laranita

Y llegó el día de estío en que la comitiva ya subía, la niña iba entre la multitud, y en su pequeñita cabecita se hacía la pregunta del como que no entendía porqué la gente celebraba con el tirano dicha ceremonia. Entonces sonaron dos o tres cornetas y se hizo el silencio, estaban ya a media distancia del culmen, llegaba el momento en que tenían que separarse, el pueblo y el déspota.

Unxs subían y otrxs bajaban, y la niña se paraba, miró al cielo con la vista más clara que pudiera haber en la tierra en esos momentos, respiró hacia dentro bien fuerte como le habían enseñado sus amigas las ranas y silbó atronadoramente, tanto que llegó a temblar la tierra débilmente, fue poco a poco retrocediendo, sin dejar de mirar al cielo que apareció guiado en serpentineos de vuelos oscilantes de infinitos cóndors, buitres, águilas y otras aves rapaces que permanecían al acecho, y que llevaban en sus garras enormes piedras que arrojaban milimétricamente certeras justo donde estaban los tiranos, el monarca, el clero y altos nobles, que se fueron quedando aislados del resto, que se alejaban y dejaban la diana llana y clara del círculo de la opresión que fue lapidada.

Y la niña ahora mientras todo esto ocurría recordaba lo que le decía la ranita para calmarla:

"Vé tranquila, pues esas aves nos cuidan,
y conocen mejor que nadie
quien es de verdad el ruin y miserable,
apuntarán bien, pues son muy audaces,
y nunca permitirán que muera
la mujer y hombre de verdad adorable."

_xurxo fernandez gonzalez_

Domingo, 20 de Novembro de 2011 ás 5:04