jueves, 17 de enero de 2013

Agua de azahar



Tres personas en el trabajo. Dos hombres y una mujer. Claro que había más gente empleadas en los grandes almacenes, pero para lo que voy a narrar llega con estas tres,. Los chicos, que ni siquiera mucho se conocían, aparentemente estaban enamorados de la misma mujer. Pero en realidad no lo sabían. Ataulfo no sabía que Pancracio amaba a Minerva como Pancracio no sabía que Ataulfo amaba a Minerva. Los hombres entre sí, o por lo menos estos, hablaban de otras cosas, pero si estaban enamorados de alguien en particular o así lo creían, al hablar entre ellos esto lo ocultaban. Aunque como ya dije estos dos mozos  poco se conocían con lo que puede con ello parecer más lógico que si poco entre ellos se hablaban, no entrase entonces en ese poco  el amor.¿O no?.¡Qué lío!, igual era una atracción sexual, mas una atracción sexual sin amor, algo difícil de entender.
Ataulfo era muy extrovertido. Sabía mucho del arte del balón en el pie, de mecánica de coches, de la fabricación de pasteles, y... su tema preferido...,la astrología.
Minerva sabía muchas cosas, pero en realidad no sabía nada. Nada de estos dos aparentes enamoramientos,¡quiero decir! ; y la verdad que no le importaba en absoluto .Daba igual. Sabía quienes eran, se saludaban y poco más. Pancracio era más poético pero poco decidido, o muy decidido y por eso más cortado, según como se vea.¿Como es eso del amor y el sexo?,pues por poder puede haber sexo sin amor, pero eso es más raro cuando una o uno se van haciendo mayores En el proceso de madurez, la manzana aprende también. Minerva vivía en un mundo de fantasía, pero de las que no esperan a que un príncipe venga. En realidad no le gustaban los príncipes Ni las galletas de Beukelaer. 

Pancracio estaba rodeado de frutas. Pero solo de cítricos. Su pequeño negocio en los grandes almacenes tenía un nombre, el jardín de las rutáceas Hespérides: guatambús, naranjos amargos, zapotes mexicanos, toronjos, pomelos, murrayas, mandarinas, limones, currys, rudas..., y  agua de azahar de naranjos embotellada en garrafas.Esta circunstancia lo emparentaba con Minerva, pues tenía ella una perfumería muy bonita.¡Sí!,la encantadora Minerva. Muchas de sus pócimas llevaban aceites destilados de la blanca flor, ya de por sí de carácter perfumado. Por su parte lo de Ataulfo era de un tono más dulce: tocinos de cielo y de infierno, tortas, flores fritas, hojaldres con frambuesa, bizcochos, cabellos de ángeles y demonios, huevos de Pascua y también porciones de cítricos y agua de azahar en algunas de sus composiciones. Por lo que consecuentemente su vida estaba unida a la de Minerva y también a la de Pancracio.Estaban unidos pues, lógicamente pues hablamos ni más ni menos que de agua de azahar.
Los buenos corazones buscan la paz .Sean más o menos decididas sus rebeldes gesticulaciones o su indolencia algo más acusada.
Minerva , Ataulfo y Pancracio vinculados a la misma planta en los grandes almacenes, al naranjo y sus blancas y olorosas flores. En la undécimo sexta  planta Pancracio estaba etiquetando las botellas que contenían el agua de azahar. Agua que era traspasada desde las garrafas. Decían así los pequeños letreros informativos adosados a los vidrios  con cuellos enfundados en cabezales de corcho:” Por lo que hay que emocionarse es por las cosas sencillas y de dulce aroma, como el agua de azahar”.
Era original este Pancracio. No hablaba mucho pero pensaba como el que más. Y lo hacía en clave poética. Había veces que rumiaba esas rimas mentales. Por ejemplo, al cobrar se le tiene oído mientras cogía monedas que le daban; él a su vez daba la vuelta hacia la máquina registradora para depositar allí los metales en forma de rueda y coger otros,con el objeto  de entregarlos a su vez: “ Sin apunte que haga falta, yo cojo lo que tú me das aunque no me guste ni me haga gracia, pues es obligada necesidad, a cien le resto setenta y ten tú treinta, vete pues en paz”.
En esas estaba cuando Minerva pasaba una vez más por delante suya. Subía, como siempre, a la décimo octava planta andando. El médico le dijera que ( y como él decía, por poner un ejemplo) era bueno subir escaleras para así atacar los males de la ansiedad. Y se lo tomó al pie de la letra.”Qué mejor que dieciocho  pisos subiendo a pie para combatir los problemas de quien en el uso simbólico se muerde las uñas ”,se decía ella a sí misma. Era  de espíritu inquieto y rebelde. Siempre buscaba la diferencia en sus formas de aprendizaje y manera de comportarse. Un ejemplo también: Cuando veía que casi todos decían sí ella iba y decía no. Otro ejemplo más: en su pequeño comercio de droguería que tenía dos pisos más arriba las colonias las ponía en los expositores del revés, pues decía que así se conservaba mejor la esencia. Sea como fuere estas prácticas hacían que ganase clientela. No se sabe bien porqué pero acudían en masa.
Pancracio miraba a Minerva mientras musitaba:
“Otra vez verla pasar, pues tanto es lo que el corazón se acelera que mis pies no responden a la misma velocidad, porque mi mente se nubla como si fuese un día de alegre primavera venido a menos, cuando en realidad debería de ir a más...”
 Minerva, de repente, cuando estaba dispuesta a enfilar las escaleras del piso diez y siete   se paró y fijó su mirada en Pancracio, que aparecía detrás de la luna de cristal, a escasos veinte metros de donde estaba ella. Un escaparate iluminado con focos móviles de color rosa que podría bien parecer una discoteca más que una frutería, por muy exótica que fuera, si no fuera porque la mercancía de cítricos aparecía apilada en filas y columnas diversas, de un modo bien visible
Ataulfo era el que menos tiempo de los tres llevaba trabajando en los grandes almacenes. Apenas llevaba un mes, y lo hacía en su pastelería de la primera planta. Y de los tres como era el primero en llegar daba el resultado de que veía todos los días pasar a Minerva. Ese día estaba intranquilo, pero como era muy decidido cerró la pastelería y encaminó sus pasos hacia el ascensor. Una vez dentro del extravagante elevador con forma de corazón, apretó la tecla de marfil y una romántica melodía sonó ,que lo inclinaría en ascensión hasta la frutería de Pancracio, al piso undécimo dieciséis, donde ahora estaba ella y el agua de Azahar también. Él esto no lo sabía;¿cómo iba a saberlo si venía del primer piso?.Pero, lo que sí se debe ya saber.¿Porqué se paró Minerva frente a la tienda de Pancracio?.
Pues la repuesta es que por algo muy normal; iba a comprar fruta porque le apetecía saborearla y tenerla entre sus manos. Así pues, estaba ya Minerva dentro de la exótica frutería : “el jardín de las rutáceas Hespérides”.
Ataulfo no conocía mucho a Pancracio, pero si sabía de él que era conocedor del arte de la poesía y un original escritor y observador de corazones..Y como  Ataulfo era buen conocedor de las constelaciones estelares le iba a pedir ayuda en el arte del léxico y la estética para seducir así a Minerva. Esas eran sus pretensiones, claro, pero lo que sucedió no fue por ahí.
Como otras veces, Minerva estaba en el local del undécimo dieciséis comprando fruta, y Pancracio extasiado de amor y falta de valor para poder decirle lo que sentía. Pero algo ocurrió. Unas tres o cuatro botellas de agua de azahar permanecían abiertas,despendiéndose de ellas un suculento olor a jugo de amor.
Se abre la puerta del ascensor .El negocio de Pancracio es el que se halla justo en frente. Ataulfo se queda inmóvil, atónito. No lo puede creer. Minerva y Pancracio están haciendo el amor rodeados de  guatambús, naranjos amargos, zapotes mexicanos, toronjos, pomelos, murrayas, mandarinas, limones, currys, rudas...,Un intenso olor a agua de azahar cubre el aire semicerrado de “el jardín de las rutáceas Hespérides”.
Xurx@erencia

Licencia Creative Commons
Agua de azahar por xurxo fernandez gonzalez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.