Tres personas en el trabajo. Dos hombres y
una mujer. Claro que había más gente empleadas en los grandes almacenes, pero
para lo que voy a narrar llega con estas tres,. Los chicos, que ni siquiera
mucho se conocían, aparentemente estaban enamorados de la misma mujer. Pero en
realidad no lo sabían. Ataulfo no sabía que Pancracio amaba a Minerva como
Pancracio no sabía que Ataulfo amaba a Minerva. Los hombres entre sí, o por lo
menos estos, hablaban de otras cosas, pero si estaban enamorados de alguien en
particular o así lo creían, al hablar entre ellos esto lo ocultaban. Aunque
como ya dije estos dos mozos poco se
conocían con lo que puede con ello parecer más lógico que si poco entre ellos
se hablaban, no entrase entonces en ese poco
el amor.¿O no?.¡Qué lío!, igual era una atracción sexual, mas una
atracción sexual sin amor, algo difícil de entender.
Ataulfo era muy extrovertido. Sabía mucho del
arte del balón en el pie, de mecánica de coches, de la fabricación de pasteles,
y... su tema preferido...,la astrología.
Minerva sabía muchas cosas, pero en realidad
no sabía nada. Nada de estos dos aparentes enamoramientos,¡quiero decir! ; y la
verdad que no le importaba en absoluto .Daba igual. Sabía quienes eran, se
saludaban y poco más. Pancracio era más poético pero poco decidido, o muy
decidido y por eso más cortado, según como se vea.¿Como es eso del amor y el
sexo?,pues por poder puede haber sexo sin amor, pero eso es más raro cuando una
o uno se van haciendo mayores En el proceso de madurez, la manzana aprende
también. Minerva vivía en un mundo de fantasía, pero de las que no esperan a
que un príncipe venga. En realidad no le gustaban los príncipes Ni las galletas
de Beukelaer.
Pancracio estaba rodeado de frutas. Pero solo de cítricos. Su pequeño negocio en los grandes almacenes tenía un nombre, el jardín de las rutáceas Hespérides: guatambús, naranjos amargos, zapotes mexicanos, toronjos, pomelos, murrayas, mandarinas, limones, currys, rudas..., y agua de azahar de naranjos embotellada en garrafas.Esta circunstancia lo emparentaba con Minerva, pues tenía ella una perfumería muy bonita.¡Sí!,la encantadora Minerva. Muchas de sus pócimas llevaban aceites destilados de la blanca flor, ya de por sí de carácter perfumado. Por su parte lo de Ataulfo era de un tono más dulce: tocinos de cielo y de infierno, tortas, flores fritas, hojaldres con frambuesa, bizcochos, cabellos de ángeles y demonios, huevos de Pascua y también porciones de cítricos y agua de azahar en algunas de sus composiciones. Por lo que consecuentemente su vida estaba unida a la de Minerva y también a la de Pancracio.Estaban unidos pues, lógicamente pues hablamos ni más ni menos que de agua de azahar.
Pancracio estaba rodeado de frutas. Pero solo de cítricos. Su pequeño negocio en los grandes almacenes tenía un nombre, el jardín de las rutáceas Hespérides: guatambús, naranjos amargos, zapotes mexicanos, toronjos, pomelos, murrayas, mandarinas, limones, currys, rudas..., y agua de azahar de naranjos embotellada en garrafas.Esta circunstancia lo emparentaba con Minerva, pues tenía ella una perfumería muy bonita.¡Sí!,la encantadora Minerva. Muchas de sus pócimas llevaban aceites destilados de la blanca flor, ya de por sí de carácter perfumado. Por su parte lo de Ataulfo era de un tono más dulce: tocinos de cielo y de infierno, tortas, flores fritas, hojaldres con frambuesa, bizcochos, cabellos de ángeles y demonios, huevos de Pascua y también porciones de cítricos y agua de azahar en algunas de sus composiciones. Por lo que consecuentemente su vida estaba unida a la de Minerva y también a la de Pancracio.Estaban unidos pues, lógicamente pues hablamos ni más ni menos que de agua de azahar.
Los buenos corazones buscan la paz .Sean más
o menos decididas sus rebeldes gesticulaciones o su indolencia algo más
acusada.
Minerva , Ataulfo y Pancracio vinculados a la misma planta en los
grandes almacenes, al naranjo y sus blancas y olorosas flores. En la undécimo
sexta planta Pancracio estaba
etiquetando las botellas que contenían el agua de azahar. Agua que era
traspasada desde las garrafas. Decían así los pequeños letreros informativos
adosados a los vidrios con cuellos
enfundados en cabezales de corcho:” Por lo que hay que emocionarse es por las
cosas sencillas y de dulce aroma, como el agua de azahar”.
Era original este Pancracio. No hablaba mucho
pero pensaba como el que más. Y lo hacía en clave poética. Había veces que
rumiaba esas rimas mentales. Por ejemplo, al cobrar se le tiene oído mientras
cogía monedas que le daban; él a su vez daba la vuelta hacia la máquina
registradora para depositar allí los metales en forma de rueda y coger
otros,con el objeto de entregarlos a su
vez: “ Sin apunte que haga falta, yo cojo lo que tú me das aunque no me guste
ni me haga gracia, pues es obligada necesidad, a cien le resto setenta y ten tú
treinta, vete pues en paz”.
En esas estaba cuando Minerva pasaba una vez
más por delante suya. Subía, como siempre, a la décimo octava planta andando. El
médico le dijera que ( y como él decía, por poner un ejemplo) era bueno subir
escaleras para así atacar los males de la ansiedad. Y se lo tomó al pie de la
letra.”Qué mejor que dieciocho pisos
subiendo a pie para combatir los problemas de quien en el uso simbólico se
muerde las uñas ”,se decía ella a sí misma. Era de espíritu inquieto y rebelde. Siempre
buscaba la diferencia en sus formas de aprendizaje y manera de comportarse. Un
ejemplo también: Cuando veía que casi todos decían sí ella iba y decía no. Otro
ejemplo más: en su pequeño comercio de droguería que tenía dos pisos más arriba
las colonias las ponía en los expositores del revés, pues decía que así se
conservaba mejor la esencia. Sea como fuere estas prácticas hacían que ganase
clientela. No se sabe bien porqué pero acudían en masa.
Pancracio miraba a Minerva mientras musitaba:
“Otra vez verla pasar, pues tanto es lo que
el corazón se acelera que mis pies no responden a la misma velocidad, porque mi
mente se nubla como si fuese un día de alegre primavera venido a menos, cuando
en realidad debería de ir a más...”
Minerva,
de repente, cuando estaba dispuesta a enfilar las escaleras del piso diez y
siete se paró y fijó su mirada en
Pancracio, que aparecía detrás de la luna de cristal, a escasos veinte metros
de donde estaba ella. Un escaparate iluminado con focos móviles de color rosa
que podría bien parecer una discoteca más que una frutería, por muy exótica que
fuera, si no fuera porque la mercancía de cítricos aparecía apilada en filas y
columnas diversas, de un modo bien visible
Ataulfo era el que menos tiempo de los tres
llevaba trabajando en los grandes almacenes. Apenas llevaba un mes, y lo hacía
en su pastelería de la primera planta. Y de los tres como era el primero en
llegar daba el resultado de que veía todos los días pasar a Minerva. Ese día
estaba intranquilo, pero como era muy decidido cerró la pastelería y encaminó
sus pasos hacia el ascensor. Una vez dentro del extravagante elevador con forma
de corazón, apretó la tecla de marfil y una romántica melodía sonó ,que lo inclinaría
en ascensión hasta la frutería de Pancracio, al piso undécimo dieciséis, donde
ahora estaba ella y el agua de Azahar también. Él esto no lo sabía;¿cómo iba a
saberlo si venía del primer piso?.Pero, lo que sí se debe ya saber.¿Porqué se
paró Minerva frente a la tienda de Pancracio?.
Pues la repuesta es que por algo muy normal; iba
a comprar fruta porque le apetecía saborearla y tenerla entre sus manos. Así
pues, estaba ya Minerva dentro de la exótica frutería : “el jardín de las
rutáceas Hespérides”.
Ataulfo no conocía mucho a Pancracio, pero si
sabía de él que era conocedor del arte de la poesía y un original escritor y
observador de corazones..Y como Ataulfo
era buen conocedor de las constelaciones estelares le iba a pedir ayuda en el
arte del léxico y la estética para seducir así a Minerva. Esas eran sus
pretensiones, claro, pero lo que sucedió no fue por ahí.
Como otras veces, Minerva estaba en el local
del undécimo dieciséis comprando fruta, y Pancracio extasiado de amor y falta
de valor para poder decirle lo que sentía. Pero algo ocurrió. Unas tres o
cuatro botellas de agua de azahar permanecían abiertas,despendiéndose de ellas
un suculento olor a jugo de amor.
Se abre la puerta del ascensor .El negocio de
Pancracio es el que se halla justo en frente. Ataulfo se queda inmóvil, atónito.
No lo puede creer. Minerva y Pancracio están haciendo el amor rodeados de guatambús, naranjos amargos, zapotes
mexicanos, toronjos, pomelos, murrayas, mandarinas, limones, currys, rudas...,Un
intenso olor a agua de azahar cubre el aire semicerrado de “el jardín de las
rutáceas Hespérides”.
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