-Hoy quise ser diferente,
pero me porté tan bien que ni siquiera soy capaz de reconocerme de lo correcto
que puedo llegar a ser, y es que soy muy obstinado en mis pesquisas, y aunque
vaya por el suelo arrastrándome nada pido a nadie pues llevo lo que se necesita,
y soy glotón por eso, porque llevo mi casa a cuestas
-Oh!...,sí…, me lo
imaginaba-le respondía la niña Pitusa al Caracol-,pero ahora que tu y yo
podemos hablar…,pero…,lo que no entiendo bien es porqué mi papá se muestra tan
preocupado de que cada día sea más sociable.
-Bueno, mi amiga Pitusa,
entiéndelo como algo normal. El quiere verte jugar más con los de tu especie…
-¿Y…,qué es eso de la
especie?.., mi amigo Caracol Piolinito
-Los que tienen orejas
como tu
-Ah…,bueno…,¡ya!...,y
como la primavera
-¿La Primavera?
- ¡Sí!,- decía ahora
Pitusa mientras se erguía del suelo y saltaba de felicidad, y cuanto más se
erguía y miraba al cielo más se excitaba y más cabriolas daba. Era ahora que su
voz salía fuerte y natural, del color sano de la dicha jovial. Pitusa era así, una
niña alegre con sus fantasías y sus cosas de niña
-¡Viva!, la primaveraaaaa
-decía ahora alegre-, tiene orejas porque lo dijeron en la escuela...,¡si!...,-y
Pitusa seguía y no paraba, no se daba concentrado para detener su corazoncito
un momentito, pues por muy pequeñito que sea se le debe suponer un poquito de
tranquilidad, aunque la verdad es que su locomotora era francamente adorable, tiernamente
botaba un hilito de felicidad infranqueable, claro que sí.-
-¡Para un poco!...,¡por
favor!,-clamaba ahora Piolinito el Caracol- deja de saltar y explícame que es eso de que la primavera
tenga orejas. No sabía yo que existían esas ideas en la humanidad; y no te
creas que no hablo con las personas, pues cada día más suelen frecuentar
conmigo, muchas pero que muchas de muchas, como tu las hay, otras que se
ven solas, y mayores que tú también de más,
como tu papá…,o más aún en la cosa esa de más de mayores aún que más…de hecho
las que son pequeñas como tu…
-¿Cómo una hormiga?
-¿Qué?,-decía mirando muy
asombrado Piolinito a Pitusa-
-Yo quiero ser pequeña
como una hormiga y más de más de pequeña
Mientras, era la hora en
la que el alcalde de la pequeña villa municipal bajaba la verja del Liceo de La Corona y Anticuario que se
localizaba en la plaza de la
Notoriedad .Cuando se bajaba la barrera parecía como si la
orfebrería allí acumulada chillara al unísono en corales disidencias de
histriones, pero cuando Melchor, de amplia estatura ensartado en capa que le
llegaba hasta los tobillos de un verde puro, como así se llamaba, como aquel
Mago peregrino del Oriente; con sus tremendos trenzados bigotes imperiales, largos
y arqueados en lo propio del uso, …,¡pero!…¡si es que parecía un caballero
medieval! .Melchor abría la capa y los demás callaban.
Escena: Dos niñas, un
niño, una mujer un perro y un hombre estaban cerca, en la pequeña plaza de la Notariedad, donde vivía
Pitusa también, quien hablaba con Caracol Piolinito sentada en el rellano del
portal.
-¡Ahora!,…ya lo verás…,
primo Esteban, decía una de las niñas al niño...,¡es genial!,en verdad que sí...,es
bonito que hayas venido...
Lo cierto de lo que había
en el hecho de que los demás callaban cuando abría Melchor la capa era por algo
diríamos sobrenatural, por un acontecimiento singular pero que se repetía
siempre que Melchor se acercaba al Liceo, y se animaba a cerrar personalmente el
vallado, es decir ,una vez al año, cuando las fiestas patronales.
-¡Silencio!..., -recriminaba
Basilio el panadero a los más pequeños
como buñuelos. También protestaba el perro que ladraba y así decía en sus
suspiros desgarradores - es necesario el
silencio para que funcionen las vibraciones ultra sorpresivas...
Miró Melchor desde sus
altas cumbres de casi tres metros al público asistente, esperando que los murmullos se dejasen vencer, sin
mostrar signo alguno de apresuramiento; muy al contrario, como si hubiese todo
el tiempo del mundo, deleitándose por la devoción a él prestada y haciendo
crecer en estas letanías los signos claros de lo iniciático
En ese momento es cuando Basilio,
saliéndose del grupo de la plaza, con una cara de austeridad y sobrecogimiento
terrorífica, se dirige hasta donde el alcalde, Don Melchor, y se coloca justo a
su lado. Los ojos de Basilio el fiel llegaban a la altura del ombligo de él.
¡Oh!...,¡no!...,¡Maldita
sea!...ese tonto Milchur-decía Pitusa enrabietada-,será mejor que nos vayamos
de aquí, aunque mi papá se va a enfadar si me alejo. Cogió la niña al caracol
entre sus dulces deditos, le dio un beso y peregrinó hasta la esquina, donde no
les podían ver.
Piolinito, el joven
caracol, el amigo de Pitusa, se lamentaba aduciendo no entender lo que podría
ocurrir dentro de los de la especie de quienes tienen orejas como la primavera
-La verdad, no os entiendo
-decía así Piolinito-
-¿Y a la primavera
tampoco? - contestaba Pitusa-
Entonces fue tal que se
le presentó a caracol la evidencia de un dilema.
Cuando observó que la
humanidad ni se alegraba ni se marchitaba en interpelaciones o animosas
disposiciones y fue bajándose el murmullo de carácter sepulcral, sacó Melchor
muy lentamente y con cara muy seria el reloj de faltriquera de alargada cadena
de oro que resplandecía intensamente, y fijándose bien el nudo de corbata abrió
la tapa de plata. Observó el alcalde el interior y elevó su mirada al cielo y
gritó ¡sálvanos!, haciendo ademanes con los brazos como lamentándose de que se
consumara el acto que no hubiera deseado. Ahora la fina cadena cogía como si
fuese un grueso cabo que hubiese que ir soltando, hasta llegar a los ojos de Basilio.
El óvalo pendular y el público hipnótico, abrigado en los entresijos de lo
sedante e irracional. El cabo se iba soltando, la cadena descendió y en los
ojos de Basilio se paró. Las horas corrían para atrás cada vez más deprisa en
la veloz carrera retrógrada de las manecillas. Basilio así lo confirmó y las
campanas de la iglesia empezaron a sonar atronadoramente.
-El tiempo hacia atrás tiende
a declinar...,-decía el abominable alcalde lastimeramente- es este un misterio,
y nosotros los amigos de la ciencia, unidos al Dios todopoderoso somos quienes
sabemos por nuestro conocimiento luchar contra el diablo, -no se cansaba el
tirano de blasfemar-, que es quien en definitiva llega a este pueblo de vez en
cuando, y ahora se introduce en las manecillas de este reloj tan antiguo..., un
regalo,por cierto, del Divino en don celestial, deseado por los amigos de la maldad
–la sorna de Melchor se acompañaba de un pestilente hedor que brotaba de su
propio maleficio-. Pero ahora,-continuaba la infamia el alcalde-,ahora no nos
queda más remedio que saciar su gula y pagarle tributo, porque de lo contrario
puede llegar la peste y otras clases de calamidades. Por mi devoción y
sacrificio en el bien de vosotros.¡Pagad tributo para saciar el apetito del
diablo!, -así decía ahora el innombrable Melchor-, mientras el Vicario de
Cristo no cesaba de darle a las campanas de la iglesia parroquial. ¡Predicad
con el buen ejemplo de la oración y humildad y el diablo desaparecerá!.
Ahora ya había más gente
por los alrededores, de hecho estaba casi todos los que pertenecían a la parroquia,
pues era este ritual algo que pertenecía ya a la historia del pueblo. De hecho
venían gentes de otras aldeas y comarcas ajenas a las costumbres de este villa
agraria, para gozar del folklore devocionario que llevaba como atributo la humildad
en la generosidad y desprendimiento de las cosas terrenales al invitar al vino,
al pan y otros manjares a quienes tenían la idea de llegar hasta allí. Claro
que dicho esto hay quien dirá, y no le faltan razones, que no casa bien el
altruismo con la sumisión, pues una cosa es ser generoso y otra que le tomen a
una o uno por una persona idiota al dejarse robar. Mas es esta cuestión algo
profusa para aquí desentrañar. Lo que sí era cierto es que todo esto era ridículo, y el dilema que se
le planteaba ahora al caracol era saber si era igual de absurdo que el reloj de
Melchor enloqueciera y las campanas tocaran, con el hecho de que la primavera
tuviera orejas como Pitusa mencionaba. Lo que sí era evidente es que la
inclinación del alma del caracol estaba supeditada a las bondades de Pitusa, y
eso era ya un punto de partida. Así pues estaban los dos en la parte trasera de
la casa del padre de Pitusa. Ahora era el caracol quien mientras así meditaba se
entretenía comiendo las más finas hierbas donde Pitusa lo posó. Había rosas, claveles,
lirios, margaritas y jazmines. Había por allí muchas piedras y lagartijas también.
-Dime Pitusa.¿Como es eso
de la escuela y las orejas de la primavera?.
-Fue la primavera a la
escuela montada en una flor que se llamaba primavera, y que decía que tenía
orejas para escuchar el viento y otras cosas propias de la primavera.
-Pero…,lo que dices…,Ah! Mi
pequeña amiga Pitusa!...,eso es…, ¡eso es teatro!
-No...,¡tu no entiendes
nada!...,NO!-gritaba ahora intensamente Pitusa, al tiempo que preguntaba por
alguien también a viva voz e inquietantemente Aurora...,¡Auroraaa!...,¿dónde
estás Aurora?...
Ella buscaba a una
lagartija especial, a la lagartija Aurora con la que comenzara a tener una
confianza bastante confidencialidad. Se necesitaban.
Vivían las dos en otro mundo y se querían. Sus destinos se cruzaron. La lagartija,
que se llamaba Aurora, estaba subida a una piedra, y así declamaba:
“Cual es el secreto, Pitusa,
dile como es posible que
la primavera
pueda oír lo que vosotros
estáis diciendo
Pitusa, ¡hermosa Pitusa!,
que te veo ahora crecer
en otra cosa…
Porque…,¿por qué?...¡Por
que!...
¿Porqué cuando nacen los
claveles
y el viento trae nuevas compensaciones,
se vuelve todo verde y
mis ojos lloran
al veros tan felices, y
sigue la vida
en vez de pararse?.
Pitusa, ¡hermosa Pitusa!,
que te veo ahora crecer
en otra cosa…
Yo necesito reflexionar sobre las cosas
bellas.
¿Porqué van tan veloces
las desilusiones
Y la vida no se para en
un instante de felicidad?.
Pitusa, ¡hermosa Pitusa!,
que te veo ahora crecer
en otra cosa…
¿Quién está en mi
interior
Que domina a la razón?.
Yo debo seguir mi camino
prestando
En vuestro avance atención;
Pitusa, ¡hermosa Pitusa!,
que te veo ahora crecer
en otra cosa…
Mas quisiera unirme al
tuyo
Y no sé si podré así
siquiera yo.
Pitusa, ¡hermosa Pitusa!,
que te veo ahora crecer
en otra cosa…
Y algo grandioso ocurrió
realmente porque Pitusa se transformó en
mujer, el caracol Piolinito desapareció, no se supo nada más de él, se diría
que huyó cuando vio que Pitusa era ya toda una mujer. La plaza estaba
concurrida. Aurora había sido la mejor amiga de Pitusa, a la que nunca olvidaría.
Iba dentro de ella, del corazón de Pitusa, su amiga de la infancia que muriera
en tristes circunstancias.
Un hombre pálido, de esos
que la palidez no se sabe bien si viene de la dejadez o cosa totalmente al
revés, se aproxima a ella, a Pitusa:
-¡Es la hora de ir a la fiesta,
Pitusa!
.