domingo, 16 de junio de 2013

VIAJE A LA INFANCIA



-Hoy quise ser diferente, pero me porté tan bien que ni siquiera soy capaz de reconocerme de lo correcto que puedo llegar a ser, y es que soy muy obstinado en mis pesquisas, y aunque vaya por el suelo arrastrándome nada pido a nadie pues llevo lo que se necesita, y soy glotón por eso, porque llevo mi casa a cuestas

 
-Oh!...,sí…, me lo imaginaba-le respondía la niña Pitusa al Caracol-,pero ahora que tu y yo podemos hablar…,pero…,lo que no entiendo bien es porqué mi papá se muestra tan preocupado de que cada día sea más sociable.

 
-Bueno, mi amiga Pitusa, entiéndelo como algo normal. El quiere verte jugar más con los de tu especie…

 
-¿Y…,qué es eso de la especie?.., mi amigo Caracol Piolinito

 
-Los que tienen orejas como tu

 
-Ah…,bueno…,¡ya!...,y como la primavera

 
-¿La  Primavera?

 
- ¡Sí!,- decía ahora Pitusa mientras se erguía del suelo y saltaba de felicidad, y cuanto más se erguía y miraba al cielo más se excitaba y más cabriolas daba. Era ahora que su voz salía fuerte y natural, del color sano de la dicha jovial. Pitusa era así, una niña alegre con sus fantasías y sus cosas de niña

 
-¡Viva!, la primaveraaaaa -decía ahora alegre-, tiene orejas porque lo dijeron en la escuela...,¡si!...,-y Pitusa seguía y no paraba, no se daba concentrado para detener su corazoncito un momentito, pues por muy pequeñito que sea se le debe suponer un poquito de tranquilidad, aunque la verdad es que su locomotora era francamente adorable, tiernamente botaba un hilito de felicidad infranqueable, claro que sí.-

 
-¡Para un poco!...,¡por favor!,-clamaba ahora Piolinito el Caracol- deja de saltar  y explícame que es eso de que la primavera tenga orejas. No sabía yo que existían esas ideas en la humanidad; y no te creas que no hablo con las personas, pues cada día más suelen frecuentar conmigo, muchas pero que muchas de muchas, como tu las hay, otras que se ven  solas, y mayores que tú también de más, como tu papá…,o más aún en la cosa esa de más de mayores aún que más…de hecho las que son pequeñas como tu…

 
-¿Cómo una hormiga?

 
-¿Qué?,-decía mirando muy asombrado Piolinito a Pitusa-

 
-Yo quiero ser pequeña como una hormiga y más de más de pequeña

 
Mientras, era la hora en la que el alcalde de la pequeña villa municipal bajaba la verja del Liceo de La Corona y Anticuario que se localizaba en la plaza de la Notoriedad .Cuando se bajaba la barrera parecía como si la orfebrería allí acumulada chillara al unísono en corales disidencias de histriones, pero cuando Melchor, de amplia estatura ensartado en capa que le llegaba hasta los tobillos de un verde puro, como así se llamaba, como aquel Mago peregrino del Oriente; con sus tremendos trenzados bigotes imperiales, largos y arqueados en lo propio del uso, …,¡pero!…¡si es que parecía un caballero medieval! .Melchor abría la capa y los demás callaban.

 
Escena: Dos niñas, un niño, una mujer un perro y un hombre estaban cerca, en la pequeña plaza de la Notariedad, donde vivía Pitusa también, quien hablaba con Caracol Piolinito sentada en el rellano del portal.

 
-¡Ahora!,…ya lo verás…, primo Esteban, decía una de las niñas al niño...,¡es genial!,en verdad que sí...,es bonito que hayas venido...

 
Lo cierto de lo que había en el hecho de que los demás callaban cuando abría Melchor la capa era por algo diríamos sobrenatural, por un acontecimiento singular pero que se repetía siempre que Melchor se acercaba al Liceo, y se animaba a cerrar personalmente el vallado, es decir ,una vez al año, cuando las fiestas patronales.

 
-¡Silencio!..., -recriminaba Basilio el panadero  a los más pequeños como buñuelos. También protestaba el perro que ladraba y así decía en sus suspiros desgarradores  - es necesario el silencio para que funcionen las vibraciones ultra sorpresivas...

 
Miró Melchor desde sus altas cumbres de casi tres metros al público asistente, esperando  que los murmullos se dejasen vencer, sin mostrar signo alguno de apresuramiento; muy al contrario, como si hubiese todo el tiempo del mundo, deleitándose por la devoción a él prestada y haciendo crecer en estas letanías los signos claros de lo iniciático

 
En ese momento es cuando Basilio, saliéndose del grupo de la plaza, con una cara de austeridad y sobrecogimiento terrorífica, se dirige hasta donde el alcalde, Don Melchor, y se coloca justo a su lado. Los ojos de Basilio el fiel llegaban a la altura del ombligo de él.

 
¡Oh!...,¡no!...,¡Maldita sea!...ese tonto Milchur-decía Pitusa enrabietada-,será mejor que nos vayamos de aquí, aunque mi papá se va a enfadar si me alejo. Cogió la niña al caracol entre sus dulces deditos, le dio un beso y peregrinó hasta la esquina, donde no les podían ver.

 
Piolinito, el joven caracol, el amigo de Pitusa, se lamentaba aduciendo no entender lo que podría ocurrir dentro de los de la especie de quienes tienen orejas como la primavera

 
-La verdad, no os entiendo -decía así Piolinito-

 
-¿Y a la primavera tampoco? - contestaba Pitusa-

 
Entonces fue tal que se le presentó a caracol la evidencia de un dilema.

 
Cuando observó que la humanidad ni se alegraba ni se marchitaba en interpelaciones o animosas disposiciones y fue bajándose el murmullo de carácter sepulcral, sacó Melchor muy lentamente y con cara muy seria el reloj de faltriquera de alargada cadena de oro que resplandecía intensamente, y fijándose bien el nudo de corbata abrió la tapa de plata. Observó el alcalde el interior y elevó su mirada al cielo y gritó ¡sálvanos!, haciendo ademanes con los brazos como lamentándose de que se consumara el acto que no hubiera deseado. Ahora la fina cadena cogía como si fuese un grueso cabo que hubiese que ir soltando, hasta llegar a los ojos de Basilio. El óvalo pendular y el público hipnótico, abrigado en los entresijos de lo sedante e irracional. El cabo se iba soltando, la cadena descendió y en los ojos de Basilio se paró. Las horas corrían para atrás cada vez más deprisa en la veloz carrera retrógrada de las manecillas. Basilio así lo confirmó y las campanas de la iglesia empezaron a sonar atronadoramente.

 
-El tiempo hacia atrás tiende a declinar...,-decía el abominable alcalde lastimeramente- es este un misterio, y nosotros los amigos de la ciencia, unidos al Dios todopoderoso somos quienes sabemos por nuestro conocimiento luchar contra el diablo, -no se cansaba el tirano de blasfemar-, que es quien en definitiva llega a este pueblo de vez en cuando, y ahora se introduce en las manecillas de este reloj tan antiguo..., un regalo,por cierto, del Divino en don celestial, deseado por los amigos de la maldad –la sorna de Melchor se acompañaba de un pestilente hedor que brotaba de su propio maleficio-. Pero ahora,-continuaba la infamia el alcalde-,ahora no nos queda más remedio que saciar su gula y pagarle tributo, porque de lo contrario puede llegar la peste y otras clases de calamidades. Por mi devoción y sacrificio en el bien de vosotros.¡Pagad tributo para saciar el apetito del diablo!, -así decía ahora el innombrable Melchor-, mientras el Vicario de Cristo no cesaba de darle a las campanas de la iglesia parroquial. ¡Predicad con el buen ejemplo de la oración y humildad y el diablo desaparecerá!.

 
Ahora ya había más gente por los alrededores, de hecho estaba casi todos los que pertenecían a la parroquia, pues era este ritual algo que pertenecía ya a la historia del pueblo. De hecho venían gentes de otras aldeas y comarcas ajenas a las costumbres de este villa agraria, para gozar del folklore devocionario que llevaba como atributo la humildad en la generosidad y desprendimiento de las cosas terrenales al invitar al vino, al pan y otros manjares a quienes tenían la idea de llegar hasta allí. Claro que dicho esto hay quien dirá, y no le faltan razones, que no casa bien el altruismo con la sumisión, pues una cosa es ser generoso y otra que le tomen a una o uno por una persona idiota al dejarse robar. Mas es esta cuestión algo profusa para aquí desentrañar. Lo que sí era cierto es  que todo esto era ridículo, y el dilema que se le planteaba ahora al caracol era saber si era igual de absurdo que el reloj de Melchor enloqueciera y las campanas tocaran, con el hecho de que la primavera tuviera orejas como Pitusa mencionaba. Lo que sí era evidente es que la inclinación del alma del caracol estaba supeditada a las bondades de Pitusa, y eso era ya un punto de partida. Así pues estaban los dos en la parte trasera de la casa del padre de Pitusa. Ahora era el caracol quien mientras así meditaba se entretenía comiendo las más finas hierbas donde Pitusa lo posó. Había rosas, claveles, lirios, margaritas y jazmines. Había por allí muchas piedras y lagartijas también.

 
-Dime Pitusa.¿Como es eso de la escuela y las orejas de la primavera?.

 
-Fue la primavera a la escuela montada en una flor que se llamaba primavera, y que decía que tenía orejas para escuchar el viento y otras cosas propias de la primavera.

 
-Pero…,lo que dices…,Ah! Mi pequeña amiga Pitusa!...,eso es…, ¡eso es teatro!

 
-No...,¡tu no entiendes nada!...,NO!-gritaba ahora intensamente Pitusa, al tiempo que preguntaba por alguien también a viva voz e inquietantemente Aurora...,¡Auroraaa!...,¿dónde estás Aurora?...

 
Ella buscaba a una lagartija especial, a la lagartija Aurora con la que comenzara a tener una confianza  bastante confidencialidad. Se necesitaban. Vivían las dos en otro mundo y se querían. Sus destinos se cruzaron. La lagartija, que se llamaba Aurora, estaba subida a una piedra, y así declamaba:

 

 “Cual es el secreto, Pitusa,

dile como es posible que la primavera

pueda oír lo que vosotros estáis diciendo

 

Pitusa, ¡hermosa Pitusa!, que te veo ahora crecer

en otra cosa…

 

Porque…,¿por qué?...¡Por que!...

¿Porqué cuando nacen los claveles

 y el viento trae nuevas compensaciones,  

se vuelve todo verde y mis ojos lloran

al veros tan felices, y sigue la vida

en vez de pararse?.

 

Pitusa, ¡hermosa Pitusa!, que te veo ahora crecer

en otra cosa…

 

        Yo necesito reflexionar sobre las cosas bellas.

 

¿Porqué van tan veloces las desilusiones

Y la vida no se para en un instante de felicidad?.

 

Pitusa, ¡hermosa Pitusa!, que te veo ahora crecer

en otra cosa…

 

¿Quién está en mi interior

Que domina a la razón?.

Yo debo seguir mi camino prestando

En vuestro avance atención;

 

Pitusa, ¡hermosa Pitusa!, que te veo ahora crecer

en otra cosa…

 

Mas quisiera unirme al tuyo

Y no sé si podré así siquiera yo.

 

Pitusa, ¡hermosa Pitusa!, que te veo ahora crecer

en otra cosa…

 

 
Y algo grandioso ocurrió realmente porque Pitusa  se transformó en mujer, el caracol Piolinito desapareció, no se supo nada más de él, se diría que huyó cuando vio que Pitusa era ya toda una mujer. La plaza estaba concurrida. Aurora había sido la mejor amiga de Pitusa, a la que nunca olvidaría. Iba dentro de ella, del corazón de Pitusa, su amiga de la infancia que muriera en tristes circunstancias.

 
Un hombre pálido, de esos que la palidez no se sabe bien si viene de la dejadez o cosa totalmente al revés, se aproxima a ella, a Pitusa:

 
-¡Es la hora de ir a la fiesta, Pitusa!

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