viernes, 16 de marzo de 2012

El Macho y la Mosca

Tenía apoyados los codos en el escritorio, sus labios permanecían ligeramente abiertos y comprimidos, dejando una mínima apertura oblicua, sustentada por el efecto de ambas manos que actuaban de compuertas que condenaban a sus presas mejillas antes abotagadas y ahora aplastadas; el flujo resultante de tal opresión era el de un entonado suspiro sibilante que daba lírica respuesta así al porqué de la sujeción de la cabeza, pues era la sensación de peso y materia agobiante y en consonancia con sus pensamientos saturados de la ansiada espera de su amor, el de ella, que no llegaba, una pasión de fuego desbocada en su interior que deseaba compartir entrelazada.
Permanecía así emboscado en la apatía y confusión, mientras que el viento de Poniente refrescaba del terrible calor del estío y entraba placentero en las últimas horas vespertinas, pues la diminuta ventana de su cueva estaba abierta; pero a él no le era suficiente su consuelo, necesitaba estar con ella y abrazarla, sentir su calor interior que golpeaba con fuerza su desbocada imaginación.
Aborrecía el patio de luces que daba al exterior con su simétrica proporción de pisos enjaulados, que solo mostraban una salida a lo etéreo desde el cielo, y es que representaban la cruel avaricia de un mundo esclavizado. La ventana que se situaba en frente, y muy próxima de la suya permanecía cerrada, pero su transparente y a la vez sucio cristal enturbiado por el polvo y el abandono, dejaba aún así entrever un amplio cesto de manzanas que llevaban consigo la marca del tétrico latigazo del tiempo que no perdona, otrora arraigadas en el árbol que socava la tierra para calmar su sed, y que posteriormente agradece a la madre Naturaleza su benevolencia con su entrega en lo fecundo del amor, ofreciendo el fruto que lleva el jugo de su libación.
-Tengo que huir de esta agonía-, le traicionó la mente, una vez que su mirada estaba ahora fija en el cesto de manzanas podridas, y se sirvió otro trago de Vodka.
El joven estaba ahora de pie, con la palma de la mano derecha totalmente abierta y postrada en el alféizar, mientras la izquierda circundaba todo el perímetro del vaso, buscando así una mayor sensación de placer que si solo lo sujetase con la yema de los dedos, y es que como el acostumbraba a decir, en cuestión de sensaciones, hay que poner todos los sentidos y sus instrumentos lo más receptivos posibles.
Aunque la vista no le alcanzara como en buena lógica pendiera, reconforta la imaginación o se es reo en ella, y si realmente reconforta ofrece su consuelo cualquier brisa por muy breve que sea, como era aquella, al igual que también reconfortara en otros tiempos al fruto que breve oscilara cuando de la rama del árbol colgara y que ahora permanecía marchitado; el caso es que la vista no alcanzaba pero sí la imaginación, y pensaba en las moscas que se nutrían de esa fruta irónicamente podrida y que era otrora prohibida en extraño paraíso.
-¡Drosophila melanogaster!, jajá jajá, ¡Drosophila melanogaster!, jajá jajá...-eructaba jovial y vehementemente.
Y su mente derivaba en el recuerdo archivístico de las últimas noticias de la ciencia de la mosca, dicho sea, de la mosca, los mamíferos y la ciencia, o más bien del macho mamífero y del macho de la mosca; en definitiva , noticias de machos y

vulnerabilidades del sistema de recompensa, pues parece y por parecer pudiere ser, que el macho de la mosca, cuando se ve privado del contacto sexual con la hembra es más vulnerable y más proclive al hecho de ingerir sustancias o alimentos que contengan más cantidad de etílicas.

_xurxo fernandez gonzalez_