domingo, 29 de septiembre de 2013

FANTASÍA DE CORTE Y NOBLEZA (ACTO III; ESCENA V)



    
                             ACTO III           

                            ESCENA V




(Lago del deseo. Al lado de la cueva de la reina del País de las Sirenas. Están Mougadiviche, reina del País de las Sirenas, Surtinaldia, camarera mayor del reino del País de las Sirenas, Bubobibo, cómico  del reino del País de las Sirenas y Causto Lígito, rey de Fontipanerika)




MOUGADIVICHE: Y ahora, mi querido  Causto Lígito, vas a presenciar esta pequeña pieza teatral en la que se trazarán las vicisitudes, idas y venidas de mi existencia hasta el momento actual. En ella se darán respuestas a muchas incógnitas, entre ellas la de saber porqué tu estás aquí. Primero, y a modo de prólogo en forma de hilo introductorio hablarán otros personajes a la par que yo también, para acto seguido y sin parada ninguna desarrollar yo el monólogo, que como digo, dará explicaciones a muchas preguntas que están en el aire. Debo advertir también que al final decidí modificar ciertas partes del guión para así intentar acercarme más a la realidad de los acontecimientos vividos.


CAUSTO LÍGITO: ¡Oh, Mougadiviche!,¡reina del País de las Sirenas!...,¡Dichosos sean mis ojos y colmado de eterna gratitud!


MOUGADIVICHE: Que comience pues el espectáculo, entra Surtinaldia:



SURTINALDIA: ¡Qué afortunada de vivir cerca de ti, de saber que estas presente aquí para dar nueva fe de vida!


MOUGADIVICHE: Porque se trata de mi vida, y siendo yo en vida no entiendo porqué iba a representarla otra persona...


SURTINALDIA (Aparte) : ¡Esperanza es la palabra!


MOUGADIVICHE: A veces pienso en quien la representará cuando no esté aquí; aunque mejor dicho sería decir que en ello no pensaba antes, siendo el hecho de ese desafecto de una marcada tendencia egoísta, pues lo lógico es sentir que la vida de una se va a explosionar


SURTINALDIA (Aparte) : ¡Amor lo que la rodea!


MOUGADIVICHE: De tal manera, pues pienso ahora que así no debí de pensar. Al principio creía que era una tontería, pues pensaba que si aquí no voy a estar menuda tontería, pero hoy pienso que es preferible pensar lo contrario porque no estaré


SURTINALDIA (Aparte) : Dichosa de poder servir a tanta beneficencia...


MOUGADIVICHE: Una vida que se expande en las y los demás...; no se debe quedar la persona en la cueva solitaria y sumida en la ignorancia, por lo que si es una obra como la mía deberá ser reconocida en el tiempo para así hacer felices a las y los demás



SURTINALDIA:¡Eres la reina de mi corazón!




(Entra Bubobibo haciendo cabriolas)




BUBOBIBO:


“Hoy al anochecer
le dijo el Sol a la Luna
que la amaba.,


¡Oh, Mougadiviche, tú que sabes del amor!



Yo lo supe por el viento 
que soplaba con frescura
en mi ventana.


¡Tú eres mi única Diosa!




Mañana el sol va a salir con toda su gloria.
La luna lo está la diciendo... 


¡Tú que hiciste el amor con el Sol y la Luna!


 
Ustedes tienen que entenderla..., 


¡Está tan feliz la Luna desde que ama,
tan enamorada de ti, desde que volviste!

Y alegres lloraremos

A cielo y  tierra abierta
Nuestra victoria, y sentiremos
Sol y Luna en eclipse amatorio...


¡Oh, ese amor tan penetrante,

Tan sutil y sincero que desprendes,

Tú eres mi única Diosa!”



SURTILANDIA: Por aquí hay espíritus benignos que presagian los más tenebrosos huracanas y fuegos de tormenta. Avisan así a granjeros y granjeras. ¡Es hora de guardar los animales con doma!


BUBOBIBO: Pero lo cierto es que hay otros espíritus también que hacen rondas por la noche presagiando la muerte...


SURTILANDIA: Hay espíritus que andan  a través de la noche, en silencio, alrededor de los cementerios


MOUGADIVICHE: Yo, Mougadiviche, reina del País de las Sirenas, nací  en la anterior pequeña republica de Tipanerikafon y he venido aquí desde el desierto hasta las abruptas montañas del Norte para que impere la cordura y las más nobles tradiciones vuelvan por fin a recobrar todo su valor.


BUBOBIBO: Por aquí las gentes celebran las buenas cosechas con alegría y mirando al sol


MOUGADIVICHE: Allá nací, donde las  más altas colinas de las montañas de Gerbén, lugar este de buenos pastos por la buena hierba que nace en sus caminos que hacia el sur descienden para dar entrada al desierto de  Urlituamina.


SURTILANDIA: Pueblo agradecido que sabe mirar al cielo así como indagar en los secretos que llevan las raíces de la tierra y sospechar de las bestias que se encuentren en el mar al tiempo que lo venera


MOUGADIVICHE: Se dice y cuenta la leyenda que aquellos pastos que son conformados por dicha hierba, la de las montañas de Gerbén, al lado del desierto donde yo nací no fueron  comidos durante muchos años, desarrollándose así en un estado salvaje de excitación a causa de la opinión que tenían los hombres y las mujeres de que allí vivió en tiempos ya vencidos el ser supremo que allí descansó...


BUBOBIBO: Hay así guerreras que son guardianas al mismo tiempo que matriarcas o gobernantas a la par que protectoras


MOUGADIVICHE: Pero no se habla de que esa hierba ya era de condición salvaje antes de la presentación del entorno con la devoción debida y autoritaria hacia el macho benefactor.


MOUGADIVICHE: Bien, como creo que queda claro nací, yo, Mougadiviche, reina del País de las Sirenas, nací  en la pequeña república de Tipanerikafon en las altas montañas de Gerbén, al lado del desierto, pero hoy en realidad vivo donde tú quieres que yo viva. Esta es mi historia, que os voy a contar. Soy reina, y vivo en el reino donde se confunden las realidades con los sueños. Quien no supiera es hora ya de saber y que sepa de una vez y que se entere el mundo entero y parte del otro que la ilusión cambió mi vida. Ya no vivo tan solo entre los humanos y humanas aunque lo siga siendo, pero sigo viviendo, que eso es otra cosa aunque parezca asombrosa, y todo sea dicho bien desde el principio pues por extraño que parezca sigo siendo yo aunque ahora pueda ya por fin vivir dentro de múltiples sustancias diferentes, según la ocasión requiera . Puedo por ejemplo un día dejarme llevar por el agua que cae en forma de arroyo y otro día ser yo la arrollada, pero ahora siempre según sea mi deseo, porque el amor que poseo me llevó hasta el conocimiento  de las partículas más pequeñas y en ellas descubrí la inmensidad .Dice quien bien quiere, gente que me conoce y otras especies que bien pudiere y querer servir y sirve a lo venerable del alma humana pues es el amor universal en la matriz. El mundo y sus penurias, la condición esclava del hecho de vivir, siendo pues los conceptos de felicidad esquivos, mas no así quienes acompañan mis fantasías, que son las verdaderas heroicas disposiciones de un alma interceptada en su libre condición por llegar a la verdad. Mi familia, la verdad es que nunca pasó estrecheces, pues era yo hija de reyes y reinas. Armalim de Pontikomena era mi padre, un sultán que reinaba las montañas de Gerbén y sus tierras aledañas, lo que hoy es la pequeña república de Tipanerikafon. Mi madre era la condesa de Gumeriania, donde hoy nos encontramos, en la capital del reino del País de las Sirenas, una mujer extremadamente codiciosa y católica. Yo fui hija única. Gozaba mi padre del negocio de la cetrería, de la doma  y posterior venta de  los ejemplares más hermosos que pudiera dar la naturaleza en cuanto a aves de presa: Halcones orientales De Mandrinkal de cabeza negra y bigotudos con ojos verdes que parecen esmeraldas, águilas de Parnaim, allá en la costa de Samat con picos enormes y garras tan poderosas como sus hermosas alas desplegadas, o los mismos buitres de Gerbén conocidos por su fiereza y agilidad. Pero estos negocios iban unidos a otros de carácter más turbio, pues conocida es la relación existente entre sultanes, califas, reyes o condes con estas aves de presa y con otros negocios turbios donde se doma a las personas para sacarles su fruto de trabajo o venderlas en prostíbulos. Con solo catorce años escapé de ese entorno, y lo único que puedo decir de positivo de esos años es que aprendí allí a leer y escribir, y a imitar ciertos ritmos de carácter tradicional de la danza y el folklore de las montañas. Al principio, como no tenía libros para leer los escribía, pero poco a poco fui conociendo otro mundo, frecuentando los ambientes intelectuales de las capitales de grandes califas y otras de reyes de corte y nobleza. Así pues estudié en las grandes universidades de las ciencias y las letras pero alejada de la academia y más cercana al vibrar de notas musicales y pasiones inconfesables del vulgo complacido. Por poder...,y es que veréis, la verdad es que por poder puedo penetrar en los poros de tu piel sin que apenas percibas más que un pequeño escozor, pero soy respetuosa y a ti en tal caso te tocaría decidir, porque yo te digo que sin apenas darte cuenta dormirías en mi regazo como una pobre cría agradecida. Pero lo peor era ver la desesperación de la gente en los polvorientos caminos por no tener que comer, y ver como las madres tenían que dejar a alguno de sus polluelos y polluelas por no poder darles a todos y todas de amamantar. Durante mucho tiempo permanecí abriendo los ojos de las personas mayores y cerrando los de las  más pequeñas para que así pudieran descansar. Me instalé más al norte y me hice amiga de unos granjeros y granjeras que vivían en una pequeña cabaña y a los que ayudaba en sus faenas. Ahora vivía con ellas y ellos. Llegó a mis manos una tarde en el que el sol se estaba ya poniendo un libro, un cuento de hadas que conseguí después de haber sido ultrajada por dos oficiales de la armada imperial. Y así fue que pasaron dos o tres días y fue que a la noche estaba entre dormida en el jergón y despierta leyendo el cuento de hadas. Me dejé llevar envuelta en una nube de imaginativas guirnaldas compuesta de todo tipo de flores. Los ojos se cerraban y mi cuerpo parecía transportarse, surcando el cielo veía yo los mares de la tierra. De repente algo  pareció golpear el firmamento entero. Así pues, sonó dentro de mí como un martillazo en mi cabeza, como el del mismísimo Thor y sus descendientes en  lucha pagana contra la cristiandad. Alguien, con indefinible voz y presencia, y que parecía salir  dentro de mí  me decía que yo debía de bajar de esa nube y salvar a la humanidad. Oí una voz que me aseguraba que yo salvaría a la humanidad. No me otorgó ningún poder especial ni pesquisa alguna sobre el ejercicio de dotes sobrenaturales, me dijo que en ese momento me iba a quedar profundamente dormida y que al despertar descubriría  que me había convertido en hechizara, aseguraba que confiaba en mi persona y sabía que no iba a traicionar a las especies de la tierra. Al despertar me di cuenta que esa voz interior me había transformado. El espejo trataba de engañarme representando su papel. Para él seguía siendo mujer. Ahora tenía que entrar en otra dimensión... Me encontraba sola, sin relieve ni perfil y mis raíces aparecían entre la niebla que cubría el valle;  ¿Qué podía hacer? ¿Porqué no pude cogerlas?, me preguntaba a mí misma, y acto seguido ya no podía alcanzarlas. Sentada ahora como en las nubes y hechizada esto fue lo primero que me ocurrió. Lo que parecía como un recuerdo se adueñó de mi memoria. Así empezó todo. Extrañas cosas. Pasaron así posteriormente algunos días de cierta tranquilidad, mientras que me iba iniciando en el arte de la magia. Fue una tarde de verano. Divisaba ahora desde la pequeña ventana una extraña sombra que se escondía entre unos jóvenes manzanos. No sé si era una sombra o si era que una nueva  dimensión  transformaba ese reflejo y se alimentaba de  mi  propio cuerpo para subsistir, si fue una extraña llamada o un efecto de inimaginable causa. La sombra o lo que fuera, no paraba de ir de un lado a otro. El caso es que parecía que me estaba espiando. Sentí un miedo que me paralizaba, no podía dejar de mirar hacia ese lado. El viento, que era poco intenso desprendía sonidos que se arremolinaban en mi cerebro. Tuve que sujetarme con las dos manos las rodillas para que las piernas dejaran de temblar. La sombra llevaba una guadaña y de sus ojos se desprendían dos anchas gotas que conformaban dos regueros de sangre. Empecé a llorar desconsoladamente. Y mientras lloraba cada vez más fuerte la sombra se alejaba. Temblaba de frío para acto seguido parecer que estaba sucumbiendo en las angustiosas  hogueras de la inquisición y un sudor pegajoso bajaba por mi cuerpo desnudo hasta los pies. Me tumbé en el jergón, pero tampoco podía dormir  por alguna razón extraña que se escapaba a mi entendimiento. Y así que pasaron un par de meses o tres, de una estación a otra. Yo seguía viviendo en la granja Ahora. Él deambulaba  por las pequeñas callejuelas y aldeas aledañas pidiendo algo de comer. Podía esperar un día, hasta dos y tres meses, pero al final el maligno entraría en el albergue, en las casas, suplicando que alguien le dejara algo de paz. Nadie confiaba en él, nadie quería hablar con él. Por eso se le seguía llamando el maligno. Y un día llamó a la puerta. Sabía que era él porque nadie llamaba a esa casa. Afuera hacía un día de mucha lluvia. Abrí la puerta. Lloraba con todas sus fuerzas la lluvia. Él se mostraba tremendamente inquieto y decía con palabras que se entrecortaban que ya no pertenecía al mundo aunque el mundo le viniera a recordar que sí existía. Que cuando veía sonreír a las personas se emocionaba. Qué como podía ser que él fuese calificado como el maligno cuando le habían dejado solo. Cuando el desierto se multiplicaba ante sus ojos se veía a sí mismo con un pequeño reloj de arena que sujetaba abrasivamente. ¡Con la misma esperanza que la de un reloj de arena!, decía gritando desesperadamente;  que debía ayudarle, que se encontraba solo en este mundo. Era él un hombre que vestía de negro. Ahora, al verlo, desde que llamó a la puerta de mis amigas y amigos granjeros y granjeras sí que podía recordar lo que antes no podía. Era la misma persona que había entrado en mis sueños dos o tres meses antes portando una guadaña y que se alejaba cuando a mi me vio, como si fuese la cosa de que me hubiese perdonado la vida... A partir de ahí me empezó a visitar más veces y me sentí conmovida por sus palabras llenas de un extraño olor a hierba recién cortada... Se llamaba y se sigue llamando Escarpín, el actual conde de Panerikafonti. Él  robó mi corazón con cantos lastimeros e invocaciones al amor en juegos adornados con la bella oratoria. Hechos y palabras que me condicionaban de tal manera que lo que parecía un inmenso fervor de pasión en un apacible día de invierno se transformó en una agonía. Me fui con él al desierto de Urlituamina. Él no dejaba de fornicar con hienas, chacales, cuervas y cuervos de insoportable hedor. No duré con él más de un año, lo suficiente para que allí naciese mi hija Usurbina. Él me la quitó, diciéndome que se encargaría  de criarla amamantándola  con las hienas y chacales. O lo abandonaba o me iba a acabar matando. El tener que dejar a Usurbina mi hija en manos de ese monstruo fue y es lo más duro que pasé en esta vida. Se aprovechó de mí para hacer amistades con la alta alcurnia de tan variadas especies que dormitaban en el palacio de mi familia, en el reino de las altas montañas de Gerbén. . Así pues, un día indeterminado despiertas y te adentras en la jungla tu sola y naces de nuevo cuando sales de ella para volver de nuevo otra vez, pues su hechizo es tan sublime que no ofrece resistencia el vuelo; y siendo así que una no puede más que dejarse llevar por el amor que a ella le fue sustraído. Inventa una entonces en su mente una salida para la abominable infamia de mortales y sucede a veces que el alma se deja llevar por el abandono de sus necesidades para habilitar la composición de las otras sin las cuales no podría vivir. Y al mismo tiempo hay otra vida, atravesando la selva cubierta de densas rocas de árboles amatorios, unidos en sus despensas entrecruzadas por ramajes de los que se desprendían los cien mil sabores del paraíso. ¡Un grito de amor!, ¡eterna sutileza de miga de pan que alimenta!..., y una hoja que se desprende y cae ligera, al vacío, para ser aprovechada por ínfimas especies que se enredan en las raíces y se fortalecen afortunadas de tal ligero desprendimiento, como una suave caricia que alivia el dolor de las y los mortales. Sentía remordimientos en mi interior. Hasta ahora había tenido la sensación de haber sido  una mujer buena, pero a partir  de la separación de mi vida con respecto a la de mi hija todo se vino abajo. Me sentía abrasadoramente culpable por no haber podido hacer nada más por mi hija, me echaba la culpa por ello, aunque lo cierto era que no se me estaba permitido acercarme a ella, pero aún así pensaba en las veces que tuve pequeñas oportunidades para haberme ido con ella aunque fuesen muy pocas las probabilidades de que saliésemos triunfales las dos. Lo que tengo claro es que cuando por fin lo abandoné fue porque él así lo consintió. No sé porque, aunque me imagino que fue por no querer verme cerca de ella. Estuve varios años otra vez en el camino entregándome a una vida espiritual de carencias y periódicos ayunos, dejando que el dolor anidase en mi cuerpo para así comprender y expiar mi culpa. Estaba ya casi muerta cuando un día unos guerreros de las montañas de Gerbén dieron conmigo. Decían que mi padre y mi madre murieran y que yo era la heredera del pequeño reino de Tipanerikafon, en las altas montañas de Gerbén que descienden hacia el desierto de Urlituamina. Eran unos jóvenes guerreros que decían entusiasmados mientras hablaban que tenían depositadas muchas esperanzas en que una reina, por fin, los guiase. ¡Qué cosas más curiosas!, pensé, verme ya muerta a pasar a ser una reina. Conviene con ellos, y al llegar a Gerbén me explicaron todo.

En el reino de Tipanerikafon había tres sultanes aún antes de yo nacer. Armalim de Pontikomena, que era mi padre, Cunralio Fornine y Portineba de Vournaklt quienes se pusieron de acuerdo en que cada uno de ellos reinara y así sucesivamente uno tras otro durante un período de siete años cada uno, con lo que hacen veinte y uno . Ahora muerto mi padre yo debía hacerme valer en medio de tantos hombres y exigir mi derecho al trono. Contaba con el apoyo de las tres cuartas partes de la población. Así fue entonces  . Nunca había pensado yo en ser reina, pero lo cierto es que llegado el momento era una cuestión de salvarme a mí misma a la par que aprovechar la circunstancia que se me brindaba para así intentar hacer el bien. Una vez que me iba a instalar en el trono y sabedora de que los otros dos  sultanes, Cunralio Fornine y Portineba de Vournaklt al no aceptar que una mujer fuese reina opondrían resistencia  no vacilé y con ellos en batalla entré, los vencí  y en el trono me quedé. Y así sucedieron siete años en los que fui reina de Tipanerikafon, siete años en los que aprendí muchas cosas de mi pueblo y en los cuales ellos me estaban agradecidos por intentar siempre ser lo más justa posible a la par que generosa y entrañable, según ellas y ellos mismos decían. Pero ya un poco antes de acabar los siete años de mandato había decidido yo que lo mejor sería que continuase reinando. Ahora sí que estaba yo expiando verdaderamente mis culpas del pasado, ahora sí que ejercía un compromiso inquebrantable con mi pueblo, las gentes de las montañas de Gerbén. Los hijos de Portineba de Vournaklt, el cual había muerto en la anterior batalla opusieron resistencia, los vencí y los desterré a las zonas desérticas de Urlituamina. Debí de haber matado en su momento a los hijos de Portineba de Vournaklt porque se estaban haciendo fuertes. Decidí ir yo mismo a por ellos disfrazada de leprosa. Cuando los vi en el desierto ellos empezaron a gritar diciendo que era una bruja y que tenían que fornicar conmigo, insinué dejarme yo hacer y los até a una palmera, para definitivamente traerlos como esclavos a Tipanerikafon para que así trabajasen en el nuevo palacio. Por otro lado estaba el entonces condado de Gumeriania, que se hallaba justo donde ahora estamos y que pertenecía a mi madre. Eliminé el condado y me acerqué a las costumbres de estas gentes maravillosas que por aquí viven. Ellas y ellos viendo que era una auténtica guerrera depositaron en mi confianza. El reino de Tipanerikafon, donde yo nací empezó a hacerse ingobernable por las continuas alianzas exteriores. Decidí entonces que lo mejor era luchar por la libertad desde donde ahora estamos. Entre todas y todos creamos este pequeño pero inmenso reino a la vez del País de las Sirenas.

En todo este tiempo no dejé de pensar en mi hija. Hoy en día sé que está en el condado de Panerikasfon, con Escarpín, su padre. No me fue fácil dar con él, pues es hombre que se esconde muy bien en otras falsas identidades. Tengo que liberarla antes de que sea demasiado tarde. Por lo demás, querido Causto Lígito, te debo decir que mis intenciones son las de casarme con un rey que tenga valor  y justas disposiciones, y por ello mandé que aquí vinieras para ver si tu respondes a las expectativas o si se puede hacer de ti un hombre de los pies a la cabeza.


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