- ¡Oh, mi amor!, si supieses lo difícil que me fue llegar hasta aquí, habiendo perdido tantas horas de placer por un sentimiento de amargura que preso en una gota de sal hacia ti siempre se deslizaba desde mis mejillas. ¡Cuan ingrata la espera!, pero ahora...
-Ojala pudiera saber de
que están hechas tus manos que diciendo cosas tan bellas mis senos acarician
pero ellas tiemblan .Esa sal que brota..., esa pena..., de tus ojos , esa fragilidad unida a tu
jovialidad emboscada pero plena..., esa sensibilidad, ese don. Esos dedos que
parecen crepitar..., esa sal como el
almizcle que en horas maduras se ansia, esa extraña... Pero..., mejor...,
¡dímelo tú! ¡Que sean tus labios...! ¡Continua!
- Esa delicadeza unida a
esa debilidad de carácter la tuya, esa forma de sentir tan convulsa y que
abrasa cuando la caricia llega
- ¡Sí!, todo eso es...,
bien sea...Somos un remanso de paz en medio de la tormenta...., pero a lo que
me refería con lo de los labios...
Estamos en una pequeña
plazoleta situada en el lado sur del amplio barrio viejo de la gran metrópolis
de un estado norteño cualquiera de los más contemporáneos.
-¡Hagan el favor no se
apelotonen de esa manera!....Se trata de Hakumos quien así habla, un joven de capa
larga del color de la ardilla voladora de Siberia que ahora permanecía
replegada, y tan de tan replegada la capa larga del color de la ardilla voladora
de Siberia que se hallaba desprendida de su cuerpo. Colocada encima de unos
troncos superpuestos la capa larga del color de la ardilla voladora de Siberia.
Los troncos ahora ya están vencidos. Aún se les nota la erosión en la corteza,
como las arrugas en la cara de la vejez
por el picotear antiguo de un pájaro carpintero singular hoy casi
extinto. Capas que recuerdan a las ardillas, troncos que llevan al pájaro
carpintero..., ¡y Hakumos en escena!, erguido y con barba que le llegaba hasta
el pecho.
Pero antes de seguir me
presentaré, yo soy una estrella. Da igual el nombre particular que se me quiera
dar, pues una estrella soy de la constelación estelar. Yo estoy narrando uno de
los episodios que sucedieran en la tierra. Esta es pues mi presentación. Sigo
pues en lo que iba. Para situarnos bien..., lo cierto es que donde sucedían estos hechos ya lo he comentado.
¡Eso es lo de menos! : En una pequeña plazoleta situada en el lado sur del
amplio barrio viejo de la gran metrópolis de un estado norteño cualquiera de
los más contemporáneos es, pues, donde sucedieron estos hechos que aquí se
narran. Quizás lo más significativo o por lo menos lo más enigmático pudiera
haber sido lo de “cualquiera de los más contemporáneos”, pero ahora, y una vez
que me he presentado queda ya aclarada esa contemporaneidad con respecto al
nuevo tiempo estelar en que yo vivo. Los libros estelares como el que encierra
este relato son libros hechos para que los lean las personas prehistóricas, ya
que son cuentos de carácter costumbrista que corresponden a sus fósiles
señorías , en esta dulce era estelar que ahora impera, y aunque, huelga
decirlo, lleva esta era mi nombre, pero..., como ya dije, mi nombre es lo de
menos... En cuanto al momento determinado en el tiempo histórico al que nos
llevan estos hechos lo relevante aquí es destacar en que era una época en que
la humanidad estaba ya casi al borde de su extinción. Así pues, la gente se
agolpaba alrededor de la pequeña carpa de lo más rudimentaria. El antropólogo
Hakimos seguía en esa parte exterior, al lado de la puerta de entrada, sentado
en los troncos de pino equilibradamente configurados y atendiendo a la gente en
tono jovial.
-¡Eres grande, Hakimos! ¡Nos
das esperanza!
Dentro de la carpa la
sesión había empezado. La ancha entrada
de lona estaba enroscada hacia arriba
como si fuese una lata de sardinas. Iba a dar a las sillas de tijeras que estaban
dispuestas geométricamente, donde se sentaban las personas de aspecto enfermizo
y por eso delicado que vivían en el viejo barrio. Decir que esos tiempos eran
tiempos críticos para la clase homínida. La domesticación de las personas a
través de los circuitos de la imposición había llegado al punto de desposeerlas
de los sistemas básicos y primarios del desarrollo de la improvisación
vehicular entre sus miembros, con lo que el poder intuitivo que posee el individuo,
la particularidad que juega en el equilibrio se habría borrado de la faz de la
tierra, si no fuese porque no en todos los individuos imperaba esta
circunstancia tan perniciosa. Hakimos venía a decir que no todo estaba perdido.
Pero nada de lo dicho en esos tiempos por Hakimos en beneficio de la clase
homínida sería posible, creo yo, y así lo manifiesto desde mi sustancia estelar
sin la espectacular sabiduría y saber proceder de la doctora Amapola, con la
que al final contrajo matrimonio. Ella fue la que con sus trabajos de campo y
también de montaña encontró, por ejemplo, a Mima y Mimo
-¡Un autógrafo, Hakimos!
- ¡Gracias a ti mi madre es más feliz!
-¡Oh!, sois en verdad muy
buenas y buenos conmigo,-respondía entre lágrimas el bueno del antropólogo
Hakimos-, pero todo se lo debemos a Amapola
y a personas como Mima y Mimo que hoy están aquí con nosotros, porque entienden
que la mejor manera de ayudar a nuestra especie es darse a conocer
Es grato pues, es muy
grato para mi, y cosa que me llena de emoción estelar..., es grato para mi ver que había homínidos con buenos
sentimientos aún en aquellos tiempos.
La doctora Amapola era
quien llevaba la voz cantante del guión establecido en la exposición del tema
de carácter antropológico de importancia vital para la clase homínida. Era
realmente espectacular verla trabajar. Su equipo de investigación dio con Mima
y Mimo en las montañas de Mantalebrim, a tan solo unos setecientos kilómetros
del extrarradio de la gran metrópolis. Ahora
ella y Hakimos vivían en condición itinerante, yendo de pueblo en
pueblo, ¡errantes!, para así ofrecer a
sus congéneres hominoides los resultados de sus estudios y hallazgos, para así
llevar la buena palabra de la esperanza unida a la certeza de la existencia de
vida sensitiva que se acuna en el instinto pasional donde las emociones y las
caricias aun tenían que decir. Un intento pues, por hacer ver a las personas
que se podía invertir la clase de valores y
dar carpetazo final a la apatía general que había llegado a sedimentar
en la población. En general..., y de ese gran estado y dentro de la gran
generalidad de otros puntos determinados de la tierra.
-Realmente es sensacional
el ver a homínidos hacer el amor de esta manera en nuestros días – comentaba
ahora la doctora Amapola al público que se concentraba situado dentro de la
carpa, entre la susodicha y Mima y Mimo,
sentados en las sillas de tijeras- Estas
dos piezas homínidas de carácter Sapiens como nosotras y nosotras representan
un modo de vida que desgraciadamente tiende a desaparecer, de tal modo que
nuestra especie se halla ahora en un gran dilema...
Mima y Mimo eran homínidos que vivían no muy lejos de la gran
metrópolis en la que se hallaban. La metrópolis
parecía una extensa fábrica impregnada de carbón y gas mostaza donde la
vida de las personas estaba totalmente condicionada por la falta de
aproximación entre sus congéneres, a no ser para producir más y más capital y
para reproducirse la especie, en un acto carnal que no duraba más de lo que se
oye el rugir del agua de una cisterna doméstica en excelentes condiciones.
- Se trata de hacer
inducir a las zonas influyentes de la sensibilidad a un proceso de aperturismo
en base a la nueva química necesaria.
Amapola estaba que se
salía. No paraba de hablar y de darle una y otra vez al mando de un proyector
de diapositivas y películas con forma de diamante bien pulido, que flotaba por
el aire del interior de la carpa yendo de un punto a otro de los allí reunidos.
Las diapositivas y vídeos que se ofrecían eran de hombres y mujeres sapiens
haciendo el amor en sus diferentes acepciones formas de agrupamientos,
gesticulaciones y posturas diversas...Y al fondo de la carpa Mima y Mimo en
escena, representando la obra de un día en el pasado homínido de la tierra.
Aparecían ella y él físicamente en el escenario dentro de un enorme cascarón de
avestruz abierto por su parte frontal. Mima era aquella que al principio del
relato nos hablaba de las lágrimas de Mimo como si fuesen el almizcle que en
horas maduras se ansia, y Mimo era aquel que al principio del relato nos
hablaba de lo difícil que le había sido llegar hasta Mima. Mimo ¡Él! , que
acariciaba los senos de Mima. Ahora hacían el amor dentro del huevo de avestruz
mientras las y los homínidos que allí se encontraban recitaban pequeños poemas
a la señal de Amapola. Poemas escritos en
unas octavillas, hoja de papiro de octava parte de pliego de papel mitad
de cuartilla....Unas cuartillas que fueran depositadas en las sillas de tijeras
y que ahora entonaban, llenas y llenos de satisfacción.
Hakimos ahora estaba de
pie, apoyado sobre la puerta frontal abierta de la carpa rudimentaria, y de
espaldas al grupo que se encontraba en la antesala, esperando su turno para ver
la función. Estaba este grupo donde se situaban los troncos ya vencidos,
aquellos a los que se les notaba la erosión en la corteza, como las arrugas en
la cara de la vejez por el picotear
antiguo de un pájaro carpintero singular de aquellos tiempos, casi extinguido,
y que nos hablan de un tiempo, una especie ya eliminada de la faz de la tierra
en estos tiempos estelares. Era pues así que Hakimos miraba hacia el interior
de la carpa. Lloraba de emoción mientras observaba a su gran amor Amapola, que
no paraba de hablar y de dar las más bellas
descripciones científicas de vidas biológicas diversas que fabrican
nidos para el acurrucamiento. Un nudo en la garganta de Hakimos era evidente en
el aumento de tamaño de su nuez inquietantemente ya de por sí primitiva.
-¡Un autógrafo, Hakimos!
Seguía el público
asistente en sus loas, mientras esperaban en la antesala de la carpa a que la
siguiente sesión comenzase para ver el espectáculo.
Un huevo de avestruz y
dentro un hombre y una mujer haciendo el amor. Una doctora licenciada en
antropología y paleontología que hablaba del amor entre las especies, el amor y
veneración de Hakimos hacia ella, hacia Amapola y un público asistente sentados
en sillas de tijeras recitando poesías, mientras parte del otro público
esperando, próximos a los troncos ya vencidos, aquellos a los que se les notaba
la erosión en la corteza, como las arrugas en la cara de la vejez por el picotear antiguo de un pájaro carpintero
singular de aquellos tiempos. Todo un marco inconfundible que nos habla de los
últimos días de la clase homínida. Y es que como ya dije, los libros estelares
están hechos para que los lean las gentes prehistóricas, pues estos hechos
forman parte de la historia de la tierra.
FIN
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